Popilio Lenas, volviendo de Lusitania (ya había sido asesinado Viriato), en el 138, se dispuso a continuar la guerra, fracasando ante Numancia, al igual que su sustituto C. Hostilio Mancino. Este general ocasionó al ejército romano, en el 137 a.C., uno de los mayores ultrajes de su historia. Tras sucesivas derrotas ante Numancia decidió retirarse, aprovechando la noche, al valle del Ebro; pero en su huida fue sorprendido por los numantinos en un desfiladero, sufriendo una fuerte derrota, y viéndose obligado a buscar refugio, probablemente en el campamento derruido de la Atalaya de Renieblas. Aquí tomo la dura decisión de capitular para salvarse, a pesar de que eran 20.000 soldados romanos frente a 4.000 numantinos. Los numantinos, en vez de matar a todo el ejército, aceptaron negociar la paz, y dejaron marchar al ejército romano.
Mancino fue llamado a Roma para exponer su justificación acerca de su capitulación; pero el Senado no consideró válido el tratado firmado, y determinó entregar al general derrotado a los numantinos, eximiéndose así de responsabilidad de la palabra empeñada por uno de sus generales. El general F. Furio Filo, designado para el 136 a.C., tenía el encargo, además de hacer la guerra, de entregar a Mancino a los numantinos. Vestido con una simple túnica y atadas las manos, fue dejado delante de las murallas de Numancia, pero los numantinos se negaron a aceptarlo, y fue devuelto al campamento y enviado a Roma. Tanto Furio Filo como los dos generales siguientes, Calpurnio Pisón, en el 135, y M. Emilio Lépido, posiblemente para evitar complicaciones, desviaron las hostilidades hacia los vacceos, dejando en pie el sometimiento de Numancia.