Apiano consideraba a Numancia la ciudad más poderosa de los arévacos. No se conoce con seguridad la fecha de su fundación, pero los materiales aportados por la necrópolis indican que tuvo lugar en un momento avanzado del siglo III e inicios del siglo II a.C., lo que se ha visto corroborado por las fechas de C-14, obtenidas de los postes de la muralla, caídos y hallados junto a la puerta norte.
Para destacar más el heroísmo de los numantinos, algunos historiadores romanos hablaron de la ausencia de murallas, pero los trabajos arqueológicos han puesto al descubierto la existencia de un recinto murado, avalando el testimonio de Apiano, quien indica que el perímetro de la muralla era de 24 estadios. La ciudad, destruida por Escipión, ocuparía no más de 8 hectáreas, en contra de los cálculos realizados por A. Schulten (150 héctareas, que no responde a la realidad de la topografía) y B. Taracena (22 hectáreas, sería asumible para la ciudad romana). Se conoce mal su urbanística, ya que los datos de las viviendas celtibéricas, anteriores al 133 a.C., son escasos, porque, como dice Cicerón, la ciudad fue destruida de raíz, a lo que contribuyó también la construcción posteriormente de otra u otras ciudades. No obstante, estaba constituida por casas rectangulares, dispuestas alineadas a la muralla, separadas por una calle de ronda, y las que formaban el núcleo central se ordenaban en grupos, dejando espacios libres. Se trata de una ciudad-estado, es decir Numancia, al igual que el resto de ciudades celtibéricas, controlaba política y administrativamente un territorio con sus pueblos y aldeas, como lo prueba que son los propios numantinos los que van a Roma para establecer conversaciones de paz.