Los numantinos en ocasiones intentaron forzar el cerco sin resultado y sin que los romanos respondieran al ataque. En la primavera del 133 a.C., el jefe Retogenes y otros cinco numantinos consiguieron traspasar el cerco, pero fracasaron en el intento de obtener ayuda de las ciudades arévacas, pues éstas temían las represalias de los romanos. Solamente los jóvenes guerreros de la ciudad de Lutia estaban dispuestos a acudir en ayuda de Numancia, pero la asamblea de ancianos, tratando de evitar las represalias romanas, avisó a Escipión, que respondió trasladándose a la ciudad y cortando las manos a todos los jóvenes.
La escasez de víveres provocó una situación insostenible en Numancia, llegando a tener que cocer los cueros y las pieles para comer e incluso carne humana de los fallecidos. En esta situación, los numantinos, con su jefe Avaros al frente, realizaron negociaciones ante Escipión para conseguir una paz digna, pero el general romano, que exigía la paz sin condiciones, les ordenó que aquel mismo día llevasen las armas a un sitio convenido y que al día siguiente se presentasen ellos en otro lugar. Esto era para los numantinos inaceptable, pues de sobra sabían cual iba a ser su fin, bien la muerte o bien su existencia como esclavos. Muchos en tal trance prefirieron quitarse ellos mismos la vida, pidiendo un día más de plazo para disponer de su muerte.
La ciudad fue arrasada, “destruida de raíz” dice Cicerón y repartido después su territorio entre los indígenas que le habían ayudado a conquistarla. De los numantinos que entregaron la ciudad, algunos fueron vendidos como esclavos y unos 50 fueron llevados a Roma para formar parte del desfile triunfal de Escipión, celebrado en el año 132 a.C.