La unidad táctica del ejército romano era la legión, creada a finales del siglo III a.C., y se compuesta por 4.200 infantes y articulada en 60 centurias (60 soldados cada una), que para ser más operativas se agrupaban en 30 manípulos, de 2 centurias cada uno.
La estrategia de combate se basaba en una estricta disciplina, que se plasmaba en el siguientes esquema: una vanguardia de velites (infantería ligera para explorar y hostigar al enemigo); a continuación venía la infantería pesada, dispuesta en tres líneas: los hastati (los más jóvenes) y los príncipes, equipados con yelmo, escudo oblongo y espinilleras, dos lanzas y espada (gladius hispaniensis); los triarii (los de mayor edad, sólo entraban en combate en situaciones extremas). Cada legión contaba además con un cuerpo de caballería, de unos 300 jinetes, disponiéndose a la derecha de la infantería la caballería romana, y a la izquierda la caballería de los aliados. Estos ejércitos incluían un número elevado de mercenarios indígenas, las denominadas tropas auxiliares (auxilia), incluidos celtíberos procedentes de tribus y ciudades sometidas o aliadas.
La artillería romana o máquinas de guerra, tomadas de los griegos, funcionaban a causa de la fuerza desarrollada por la elasticidad producida por la tensión, caso del arco y la ballesta, empleadas para el lanzamiento de flechas; o por la torsión, aplicada a la catapulta, para el lanzamiento de saetas, y a la balista para el lanzamiento de balas de piedra (de unos veinte kilos, hasta una distancia de unos cuatrocientos metros). Para atacar los muros se utilizaban arietes, consistentes en una potente viga terminada en una cabeza metálica, representando frecuentemente un carnero; también se utilizaban otras vigas con garfios o puntas (terebra) que podían arrancar y perforar las piedras.