El Senado Romano, y sobre todo su facción belicista, no podía tolerar por más tiempo que una pequeña ciudad como Numancia estuviera ocasionando tantos problemas a su ejército, victorioso e imparable en todo el Mediterráneo. Por lo que fue designado un general de prestigio, P. Cornelio Escipión Emiliano, que encabezaba el grupo belicista y había alcanzado el más alto galardón con la destrucción de la ciudad de Cartago, y con el que de nuevo se hizo una excepción, al igual que con Marcelo, para nombrarlo cónsul en enero del 134 sin haber transcurrido todavía 10 años desde su anterior nombramiento.
Escipión se encontró con un ejército muy menguado, unos 20.000 hombres y sobre todo sumamente indisciplinado, por lo que su primer esfuerzo fue someterlo a duros entrenamientos para dotarlo de moral, disciplina y eficacia. Sólo pudo llevar de Roma 4.000 voluntarios y algunos hombres que le proporcionó Macipsa, rey de Numidia, pero contó con la ayuda económica de Antióco de Siria y átalo de Pérgamo con la que pudo reclutar numerosos mercenarios, hasta llegar a un número de 50.000 ó 60.000 hombres.
Según Apiano, tras la campaña contra los vacceos, en el 134 a.C., Escipión avanzó para invernar en la región de Numancia. No mucho después, habiendo instalado sus dos campamentos cerca de Numancia, puso el uno a las órdenes de su hermano Fabio Máximo, y el otro bajo su propio mando. Como los numantinos incitaran a los romanos a entablar batalla, prefirió encerrarlos y rendirlos por hambre. Para ello, levantó 7 castillos alrededor de la ciudad y ordenó rodearla con un foso y una valla. Tras sucesivos intentos de romper el cerco, y once meses de largo asedio, la ciudad cayó en el verano del año 133 a.C., los numantinos prefirieron quitarse la vida antes que perder su libertad, pero algunos se rindieron ante Escipión, que se llevó a 50 de ellos a Roma para la celebración de su triunfo, siendo el resto vendidos como esclavos.