Es frecuente que junto a los restos humanos y el ajuar en las tumbas se hallen huesos de fauna, a veces cremados, correspondientes a zonas apendiculares, costillares y mandíbulas de animales jóvenes, destacando los de potro y cordero; aquel más frecuente en las tumbas más antiguas y éste en las más modernas. Esta práctica se conoce en otras necrópolis celtibéricas, y se ha relacionado con porciones de carne del banquete funerario destinadas al difunto. Un porcentaje alto de tumbas (31,8%) sólo contiene restos de fauna, lo que hace pensar en enterramientos simbólicos, condicionados por la dificultad de recuperar el cuerpo del difunto.