La ciudad romana se ajusta en buena parte al planteamiento de la ciudad anterior (siglo I a.C.), salvo en el barrio sur, donde la ciudad se verá ampliada considerablemente, sobre todo a partir del momento en que adquiere la categoría de municipium (en época Flavia), llegando a alcanzar unas 22 hectáreas, incluyendo barrios en la ladera del cerro.
La influencia romana se percibe en el trazado más regular de las calles, además de su empedrado (algunas incluyen sistemas de saneamiento, como pequeñas canalizaciones para conducir el agua al exterior de la ciudad), y el empleo de piedra mas cuidada para sus construcciones, como las casas con patios porticados. No obstante, el trazado carece de los aspectos esenciales que caracterizan a las ciudades romanas, como lo es el Foro. Aún así, varias estructuras se han interpretado como edificios públicos: uno situado en la parte central de la ciudad, interpretado como centro administrativo, que tiene un gran patio central rodeado por una galería porticada; junto a éste se hallaron unas pequeñas termas o baños públicos y cerca un posible templo, donde se hallaron dos aras, una dedicada a Marte y la otra a Júpiter.
A partir del siglo III se observa el decaimiento de la vida en la ciudad, que se va despoblando hasta llegar a su abandono en la segunda mitad del siglo IV, fruto de la crisis que afectará a la economía urbana y al Imperio, que se traduce en el abandono de las ciudades en favor de los asentamientos rurales.